LA PAZ DESDE OTRA PERSPECTIVA

La paz no es ausencia de violencia, sino de juicio. De ese hábito que tenemos de enjuiciar y culparnos para sentirnos mejores.
La culpa no sirve, como nos eneseñaron, para arreglar nuestros conflictos, sino que, más bien, evita que actuemos con responsabilidad.
Una responsabilidad que no es para con nada ni con nadie (un mero engaño esta para manipularnos), sino que es con nosotros mismos.
Hay que aceptar que no cambiamos a nada ni a nadie, sino que solo podemos cambiarnos a nosotros mismos y, si no nos gustan, nuestros condicionamientos culturales, nuestras creencias. Y aprender así a pensar, sentir y actuar en coherencia no con lo heredado, sino con nostros mismos.
Decir que no somos los seres que intentamos aparentar, y que en cada uno de nosotros –como habló Jung–, existe una «sombra»: aquello que no aceptamos de nosotros mismos y que escondemos en el subconsciente.
Nuestra responsabilidad primera, por tanto, no es cumplir las expectativas del clan, sino curar nuestra percepción erronea de las cosas. Conocer que la culpa que sentimos es inútil, que solo sirve para salvar la cara de nuestro ego.
A este mundo llegamos como una tábula rasa, sin condicionar, y son nuestras culturas, religiones, organizaciones políticas y demás parafernalia social las que nos marcan con el hierro de su «ganadería», haciendo que olvidemos nuestra condición esencial, que es inmaterial y libre.
La paz –he aprendido a través de los conflictos– exige evitar el enjuiciamiento y el inútil y nocivo hábito de culpar a los demás, o a nosotros mismos, por no cumplir con las expectativas que les asignamos, o nos asignan otros.
En zonas en conflicto crónico necesita de un proceso de limpieza de viejas afrentas, ancladas en el pasado, que impiden a las nuevas generaciones, levantar la cabeza en el presente.