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septiembre 2014

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Cuando quiebra la democracia

Publicado por , Posteado enOpinión

Por su permanente desafuero, los miembros del bipartidismo son los menos indicados para pilotar la regeneración democrática, al menos, mientras sus partidos no dejen de apestar a corrupción

En  un país que arrogándose condición democrática la  ley no prevalece  sobre todo tipo  de poder, es obvio inducir que se ha prescindido del marco jurídico  que debiera regular  sus  relaciones sociales, y cuando el «imperio de la ley» pierde su condición protagonista, entonces,   el estado social  deja de ser de hecho un Estado de Derecho.

Siendo ahí cuando en suplencia, al  mas puro estilo totalitario se impone   la asfixia  de los derechos generales  de la ciudadanía, circunstancia que convierte a tan singular  democracia  en el recurso retórico de unos  gobernantes que mas que velar por su vitalidad funcional, utilizan el  poder Ejecutivo para  alterar  su finalidad hasta convertirla  en el parapeto  del poder económico, facilitando así a esta élite, la promoción de   políticas de exclusiva protección  de  sus  intereses en detrimento de la mayoría, privilegios, que hacen que el proceso democrático actual se aleje más de la democracia real,  y en consecuencia que  se desplome el sistema social en su conjunto.

Mas que un supuesto teórico, lo expuesto, es un reflejo fidedigno de nuestra propia realidad,   la de una España, donde,   desde los orígenes  de la Transición el deterioro del sistema democrático fue una constante, que no hizo mas que agravarse a raíz de la  incorporación a la eurozona  y del negativo factor que supuso su encasillamiento como país periférico. Tendencia que se vio agudizada hace ahora seis  años, justo cuando aquel 15  de septiembre del 2008  la quiebra del banco estadounidense Lheman Brothers con la notoriedad ejecutiva de Luis de Guindos al frente, desencadenó un desastre  financiero de primera magnitud  y cuyas consecuencias  nos condujeron hacia una crisis financiera internacional que en poco tiempo se convirtió en una crisis global y que en si misma,   engendró  la crisis del euro  y  nuestra propia crisis genuina.

Espiral que supuso otra vuelta  de tuerca a la democracia, pues a la hora de establecer  medidas paliativas para remediar el desastre, contra todo pronóstico, se prescindió en absoluto de la legitimidad que otorgan  los ciudadanos en las urnas, postulando desde la felonía de una clase política envilecida,   que los mercados financieros artífices del problema  tomaran las riendas de la solución del mismo;  «craso error» cuyas consecuencias hicieron que a pesar del fracaso cosechado el dogma neoliberal siga planteándose  como respuesta de salida, aún a sabiendas, que su verdadera finalidad  no es velar por el interés general, sino,  alcanzar el beneficio propio a  cualquier precio, sin reparar  lo más mínimo en satisfacer sus  aspiraciones,   aunque ello sea  a costa  de recortar aspectos básicos del Estado del Bienestar.

La democracia como sistema de orden político pasó a convertirse en una abstracción, al perder su función como regulador de las decisiones colectivas y quedar relegada al ostracismo

Cuando un  gobierno  elegido en las urnas  por los ciudadanos permite  que la élite financiera condicione las políticas a realizar  admitiendo que en sustitución le reemplace en jerarquía, con su actitud de deserción, además de denotar un  escaso respeto por  la voluntad popular, está propiciando  que en réplica, amplias capas sociales se alejen de sus postulados.

Tal es así que ahora   a la vista de los acontecimientos, el electorado  es mas proclive a identificarse   con quien mantiene un discurso programático que transmita  eficacia en la resolución  de  sus problemas inmediatos y cotidianos, que a seguir dando crédito a  las decepcionantes  soflamas  de una clase política corrompida, que por dejación de funciones y asidua vulneración de  compromisos  no tiene mayor  fiabilidad que la atribuible a   cualquier demócrata ficticio.

Es evidente  por tanto, que en nuestro país la democracia como sistema de orden político y social pasó a  convertirse en una abstracción,  al perder globalmente su función como sistema  regulador de las decisiones colectivas  y quedar  relegada al ostracismo,  y todo, por el sórdido proceder  de los  distintos  gobiernos que durante treinta largos años  en vez de responder de sus políticas  ante los ciudadanos que les habían elegido, hicieron  justo lo inverso al posicionarse    a favor de quienes, sin disponer de legitimidad democrática  para imponer políticas, por solapada  connivencia  pasaron a desempeñar funciones efectivas de gobierno aún después de habernos  conducido  con sus medidas hasta el borde del abismo.

Cuando esas son las causas e implicaciones  de la actual  quiebra del régimen, resulta de todo punto inaudito, que el PP y PSOE,  después que de forma permanente desviaran  los fines políticos  del interés colectivo hacia el favoritismo  del interés particular, a pesar de tan carente  ejemplaridad, ahora, se postulen  como paladines de la regeneración democrática, cuando lo suyo  sería que iniciaran andadura regeneradora   suprimiendo de partida  el factor  causante de los verdaderos males del sistema, que no es otro, que la crisis de valores  que infecta  el funcionamiento de sus propias organizaciones políticas y que impide llevar a término medidas de mayor calado, y es por ello que difícilmente  podrán regenerar la democracia  quienes siguen resguardando la degeneración bajo la cubierta de  su propia casa.


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