Vivir la historia es el gran regalo de la vejez.

En los silencios del atardecer se escriben los mejores renglones de cada biografía, sin rencores, sin ansias de venganza, sin pasiones retorcidas… ya no da tiempo.

La historia, la que llenó todo tipo de salas de teatro, suele salir a saludar y con un movimiento de cabeza negativo, también en silencio, grita HIPOCRESIA.

La historia, hoy, convertida en seriales adaptados, abre heridas mal cerradas, balbucea insultos reprimidos, enseña la mentira programada…

Sentados ante ventanales de luz opaca, la vieja vida sonríe impotente… ¡CUÁNTA MENTIRA INTERESADA! ¡CUÁNTA MISERIA ORQUESTADA! ¡CUÁNTOS RETRATOS COLGADOS SIN MERECIMIENTO! ¡CUÁNTOS SENDEROS DESTROZADOS!

La verdad, aquella que la vejez repasa, es defenestrada por los poderes invariables que toda sociedad amasa y caldea para su perpetuidad.

Politiqueros de tripa llena… también un día contemplaréis la historia tras un ventanal cerrado, adornado con flores marchitas que despiden un olor de despedida… allí, como todos, cerraréis lo puños impotentes y lloraréis, quizás, por fin, por todo el daño que hicisteis, por la permisibilidad gremial, por la anemia alimentada, por las historias falsas de TBO con las que vivisteis como cortesanos ridículos.

Yo, como otros muchos, aferrado a la silla sin motor, sonrío porque por fin ya nadie me puede engañar: LA HISTORIA LA ESCRIBO YO.