Según la Real Academia Española “revolución” es  un cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. Hasta ahora,  las revoluciones eran un recurso violento que emanaba del pueblo sin derechos y oprimido frente a la minoría poderosa  e insolidaria.

En los primeros años del presente siglo, vivimos una época en la que los derechos sociales, el nivel económico de la clase media y el estado del bienestar alcanzaron cotas nunca vistas anteriormente en nuestra historia.  Ley de dependencia, prestación por desempleo, jubilación  a una edad razonable, educación y sanidad universal y de calidad (que no gratis, pagada por todos los ciudadanos con sus impuestos) o índices de desempleo casi nulos, son sólo algunos ejemplos de cómo la mayoritaria clase media se acercaba cada vez más a los privilegios reservados para unos pocos.

Lo que estamos sufriendo en la actualidad, no es más que las consecuencias de una revolución, pero una revolución invertida. Invertida porque parte de los ricos para ensañarse con los pobres, para aumentar la diferencia entre unos y otros, en definitiva, para dejar las cosas como siempre han estado.

Tras la palabra “crisis”,  se esconde una maniobra para justificar medidas que en nada son necesarias para salir de ella. Nos dicen que es necesario recortar en sanidad y educación, reforma del mercado laboral,  recortes de derechos laborales, abaratamiento del despido…es como si tienes un constipado y te ponen una venda en el tobillo. Con el tiempo, curará el resfriado pero poco tendrá que ver el vendaje. Saldremos de la crisis, pero no será gracias a estos recortes.

Como resultado, los vencedores de esta revolución invertida cantarán y brindarán, alegres y ebrios. Los perdedores, serviremos sus platos y llenaremos sus copas… Qué poco dura la alegría en casa del pobre.

Raúl Herencia Maldonado, dic 2011.