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mayo 2014

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Entre los pobres y lo enfermos de Madrid.

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patronatoA veces podemos pensar que en los comienzos de una institución tiene que haber algo importante, algo ciertamente trascendente, que sea, pudiéramos decir, como la primera piedra; por ejemplo muchas personas, al ver el dinamismo apostólico actual del Opus Dei se preguntan por los orígenes, sienten curiosidad, pensando quizá que esta realidad eclesial extendida por todo el mundo es fruto de «un diseño de marketing» por decirlo así, una consecuencia de un plan humanamente trazado y realizado. La realidad histórica puede resultar desconcertante para algunos e incluso para las personas con poca fe puede ser un tanto anacrónico.

a384esPues los comienzos del Opus Dei fueron ricos sobre todo en adversidades y carencias. El fundador era un sacerdote muy joven -26 años- sin experiencia, ni medios económicos, en un país que conocería, al cabo de muy pocos años, una terrible y fratricida guerra civil. Aquellas carencias no le asustaron ni le inmovilizaron. Si el Opus Dei era un edificio de fines espirituales el fundador pensó que debía poner como cimientos unos materiales que dieran solidez; y esa solidez, en una institución espiritual, es siempre la oración y la penitencia. La oración y el dolor intenso y constante, ofrecido a Dios, de los pobres y enfermos de Madrid fueron: su tesoro, su riqueza y su fortaleza.

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María Ignacia García Escobar, enferma de tuberculosis, una de las primeras mujeres del Opus Dei, ingresó en este Hospital el 22 de julio de 1930 y se alojó en el primer cuarto del segundo piso del tercer pabellón.
Pidió la admisión en el Opus Dei el 9 de abril de 1932 y murió santamente en este hospital el 13 de septiembre de 1933. La tumba donde fue enterrada, en el cementerio de Chamartín de la Rosa, desapareció durante la guerra civil española.

Algunos, de esos “tesoros”, fueron María Ignacia García Escobar, la primera mujer del Opus Dei, ella era una mujer enferma, tuberculosa, que había sido desahuciada por los médicos tras múltiples operaciones quirúrgicas. María Ignacia a petición de San Josemaría ofreció todos sus dolores por una intención, que incluso ella al principio desconocía.

Fui a buscar fortaleza –explicaba San Josemaría- a los barrios más pobres de Madrid. Horas y horas por todos los lados, todos los días, a pie de una parte a otra, entre pobres vergonzantes y pobres miserables, que no tenían nada de nada; entre niños con los mocos en la boca, sucios, pero niños, que quiere decir almas agradables a Dios.

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Hospital del Rey

A Margarita Alvarado, que trabajaba durante aquel tiempo como auxiliar de las Damas Apostólicas, le impresionó profundamente la personalidad del joven Sacerdote, que era entonces , capellán del Patronato de Enfermos, y se desvivía por la atención espiritual y material de numerosas personas necesitadas de distintos barrios de Madrid con grandes carencias, como: Vallecas, Ventas y Tetuán de las Victorias. «Les llevaba la Sagrada Comunión los jueves, en un coche que prestaban a doña Luz Casanova. Los otros días iba en tranvía o andando, como pudiera». Como pudiera: “la expresión pone de manifiesto la dificultad para llegar a aquellos barrios extremos, que más que barrios eran poblados desperdigados de chabolas, un triste racimo de tugurios insalubres o barracas, cuando no de covachas malolientes que rodeaba la ciudad como una cicatriz de miseria”.

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Don Josemaría. Año 1932

Atendía a centenares de enfermos en las famosas corralas madrileñas, casas de vecinos relativamente céntricas, donde se hermanaban promiscuamente la suciedad y el hacinamiento con la más triste de las miserias. San Josemaría consumió los mejores años de su juventud en aquellos callejones de: Latina, El Lucero, Lavapies, San Millán, Rivera del Manzanares, Bellas Vistas, Arganzuela, Usera…

Iba en tranvía, a pie, entre el barro, el polvo, bajo la lluvia, sorteando los reguerones de inmundicia, con los zapatos rotos, protegiéndose las suelas agujereadas con cartones –no había para más-, haciendo oídos sordos a las amenazas y los insultos, entre el hedor y la mugre, adentrándose en lugares que muchas buenas gentes de Madrid no se atrevían a pisar.

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Habitaciones del Hospital del Rey

Siempre dijo que el gran tesoro del Opus Dei eran los enfermos; y recordó que había comenzado entre los pobres y enfermos de Madrid. Esos niños abandonados, enfermos sin esperanza médica, pobres de las barriadas extremas… pusieron la base espiritual necesaria de un edificio espiritual que pronto se extendió por todo el mundo.

En este ambiente, recuerda una religiosa «Don Josemaría se ocupaba de todo, a cualquier hora: con constancia, con dedicación, sin la menor prisa, como quien está cumpliendo su vocación, como quien está cumpliendo –como así era- su sagrado ministerio de amor>>.

 

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