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junio 2015

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Las urnas tragan lo que le echen

Publicado por , Posteado enOpinión

Cuando las urnas se alimentan de lo ilícito, de la mentira y el ocultismo, no es la la legitimidad democracia la que se impone sino el fraude electoral

Por no variar, durante los  últimos comicios pudimos  escuchar la  eterna  letanía de toda  época electoral, esa expresión reiterada  que suelen  utilizar  los   candidatos manifestando que la democracia debe ser algo mas que  votar cada cuatro años. Sin duda una frase sugestiva manejada expresamente para cautivar al electorado, que resulta tan  fácil de pronunciar  durante las elecciones como difícil de aplicar  en la ulterior realidad donde la trasparencia se convierte  en opacidad, tal es así, que  aun cuando uno de los principios básicos del derecho de acceso a la información es que las denegaciones deben ser motivadas, la práctica viene a evidenciar que en el ámbito general mas del 50% de las solicitudes de información acaba en silencio administrativo.

Es por eso que  dejando al margen  los pronunciamientos  subliminales   de toda campaña electoral, lo cierto es   que las administraciones  municipales  sin  distingo de siglas políticas,   son la antítesis de la transparencia, al no asumir  en ningún caso  el  acceso a la información como un derecho fundamental, y eso, porque formamos parte de un país sin arraigo democrático,   donde desde el poder  los ciudadanos son considerados como enemigos y el concepto de gobierno mas que ser asumido  como un servicio público,   es entendido en clave  patrimonial,   como si fuese titularidad expresa de las organizaciones políticas, siendo  esa condición conceptual quien motiva que se imponga el secretismo a la transparencia y que por tanto se haga extensivo el abuso y la corrupción.

La democracia con mayúsculas es una democracia sin secretos, que obviamente   ha de estar  fundamentada en la transparencia, siendo su principal objetivo garantizar  que la totalidad de los ciudadanos sean los auténticos  propietarios  de la información publica, si bien para alcanzar esta finalidad   la labor ejecutiva debe estar sustentada por  personas de probada convicción  democrática, que siendo defensoras a ultranzas de la libertad de información tengan asumido como paso fundamental erradicar  de una vez por siempre el mal  institucional  del silencio administrativo como norma de conducta, de tal modo que los ciudadanos se sientan representados  y puedan confiar sin recelo  en las instituciones  a las que ellos mismos  con su soberanía  le otorgaron el poder.

Pero la realidad pone de manifiesto  que queda mucho por andar, pues cuando  son los propios partidos los que niegan someterse a transparencia,  difícilmente los políticos  adscritos a sus filas  podrán asumir   que lo suyo  debe ser un compromiso ineludible con la democracia y la ciudadanía, muestra de esa  deficiencia tenemos por  expresivo referente la administración local,   que a pesar de su teórica cercanía al ciudadano bate el record del silencio administrativo en todo el ámbito institucional, hasta el punto que un 83% de solicitudes  de información cursadas   a entidades locales no han recibido respuesta alguna en el transcurso del año 2014.

La impunidad política debe entenderse como una consecuencia directa del silencio administrativo

Un problema que en buena lógica exigiría un acuerdo de avenencia  de  todas las fuerzas políticas para crear instrumentos de escrutinio público con los que poner remedio a la situación, pero que paradójicamente  tiene por toda respuesta   el obscurantismo burocrático, ya sea dando continuidad al silencio  o utilizando la evasión.

El silencio administrativo seguirá  siendo por tanto  la «bienquerida»  de las administraciones   municipales, al posibilitarles zanjar cualquier  expediente molesto dando la callada por respuesta, una práctica que aún siendo reflejo de   opacidad,    contra toda lógica, se mantuvo vigente en la mal llamada  Ley de Transparencia; por eso, que a pesar de la  reciente renovación electoral de los ayuntamientos,   las nuevas corporaciones resultantes  podrán mantener invariable el  silencio administrativo y el secretismo, y así seguir ocultando información a la ciudadanía, aún  cuando en buena praxis democrática  la denegación de información y el ocultismo debieran ser la  excepción, pero nunca la regla.

Habiendo de añadir que tal  situación  anula  además los requisitos  necesarios para combatir   los excesos políticos y la corrupción, siendo por ello  que   la impunidad política debe entenderse  como  consecuencia directa  del  silencio administrativo y causa promotora  de  la    inestabilidad  democrática,  pues al silenciar  la comisión del delito  ampara   la concurrencia a los comicios  de candidatos no deseable, y tal circunstancia, presupone la culminación sin paliativos de un proceso de involución.

De ahí que en aquellos ayuntamientos que confluyeran este conjunto de anomalías y donde fuese ostensible  la participación electoral de candidatos connotados con intervenciones ilícitas, la expresión de las urnas como consecuencia del engaño y la  maquinación,   no debe ser interpretada en modo alguno  como  reflejo real  de la voluntad  popular, sino como  la obscena consumación de un fraude  electoral.



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