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marzo 2013

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MENTIRAS EN LA RAÍZ DEL MIEDO

Publicado por , Posteado enOpinión

El miedo preside nuestras vidas, la de casi todos. Celosamente nos protegemos de los otros y así, poco a poco y sin ser conscientes de lo que hacemos, nos vamos distanciando más y más. Y con ello también, una pena, nos vamos secando por dentro.

Las redes son una oportunidad estupenda que nos permite unirnos, pero para ello hemos de dejar a un lado el personaje que representamos, el ego, y perder el miedo a mostrarnos como somos, imperfectos en muchas cosas, gracias a dios.

El camino es sencillo, pero lo complicamos. Lo complicamos primero, y en lo externo, almacenando cosas de las que podríamos perfectamente prescindir. Y lo complicamos sobre todo, en lo interno, porque vivimos alimentando a un personaje que no somos nosotros, al que denominamos «ego». Personaje falso, acojonado siempre y mentiroso por principio, pero con el que nos llegamos a identificar todos en algún momento de nuestras vidas. Principal usurpador de lo que somos, de nuestra autenticidad.

Los líderes religiosos desde que tenemos uso de razón, nos han venido diciendo que no somos gran cosa, que somos pecadores, nacimos en pecado original. Inciden en eso, para controlarnos, en vez de en la capacidad que tenemos, original también, para elegir el bien.

En vez de ayudar a auto-descubrirnos, nos han querido hacer seguidores, crédulos, enseñándonos desde bien tiernos a compararnos con otros modelos, con los que difícilmente nos podíamos sentir a la altura, sin la comprensión debida. Así se entiende que Sartre dijera que «el infierno es el otro»

Digo todo esto para intentar ayudar (al que quiera, claro) a salirse de esta forma tan miserable de ver la vida, para dejar de parapetamos, por miedo a comparaciones, detrás de ese personaje, el «ego», pensando que con ello nos protegemos, cuando lo que estamos haciendo es limitarnos y limitar nuestra creatividad, nuestras infinitas posibilidades de relación con los otros y con todo.

Solo así, sintiéndonos válidos y queridos, seremos capaces de extender por el mundo el amor que este necesita. Que no es solo consolar, dar «caridad», o regalar dulzura allá por donde vayamos, sino que implica compromiso con lo que somos, con nuestra autenticidad, con nuestra esencia. Un compromiso que más que paz (en el sentido de suavidad), traerá y provocará fricción («no traigo paz, sino espadas, decía Jesús»). Una fricción y sufrimiento necesario para poder madurar y superar nuestros errores. No el otro sufrimiento, vacío y frustrante siempre, de cuidar del «ego».


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