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enero 2014

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El aliento de nuestra esperanza

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 Nuestra esperanza, la virtud de la esperanza, la esperanza de los cristianos no podemos presentarla como una cosa fría, anodina y poco vivificadora; la tenemos que presentar llena de vida y junto a ella tiene que estar: nuestro cariño, nuestra amabilidad, nuestra  cercanía a los demás; si la presentamos, sí queremos enseñar a los demás la importancia de la esperanza cristiana, no podemos ir: con arrogancia, con aires de superioridad, como unos déspotas que todo lo entienden; más bien hemos de ir con sencillez, con naturalidad, transmitiendo nuestra propia experiencia de una forma clara, natural y atractiva. En muchas ocasiones los cristianos no sabemos llegar a los demás, no convencemos, nuestro mensaje no llega; quizás porque nuestra actitud de apóstoles deja mucho que desear, todo lo hacemos de una forma demasiado oficialista; utilizando la terminología del papa Francisco somos como funcionarios que queremos terminar cuanto antes, llegar y pegar, pero sin poner el corazón sin dejarnos la piel en el intento. No se trata sólo de dar doctrina se trata más bien de darse del todo a los demás. Qué pena que la trascendencia de nuestras virtudes teologales: fe, esperanza y caridad no la sepamos trasmitir. Es cierto que el mundo está vacío de contenido, la mayoría de las personas sólo se ocupan de cuestiones materiales, y nosotros los cristianos tenemos un tesoro: grande, entusiasta y bello que hemos de dar a conocer a los demás; pero nuestro egoísmo, en muchas ocasiones, impide que los demás reciban la excelencia del mensaje de una forma apropiada y digna. Tenemos que aprender de los Santos, ellos dieron su vida para que el evangelio, la vida cristiana, las virtudes, el dogma, los mandamientos, la enseñanza de la iglesia llegaran a todos y casi siempre empezando por los más pobres y desfavorecidos. Sin la vivencia de la pobreza evangélica no se puede tampoco avanzar junto a  Jesucristo; es por ello por lo que es necesario seguir el camino del maestro: el camino de la austeridad, el camino de la sencillez y de la naturalidad, el camino de la ternura, de la  sincera amistad, haciendo atrayente y creíble la vivencia del evangelio. Algunos se empeñan en presentar la vida cristiana desde una perspectiva seria, dogmática y llena de normativas y leyes: y se olvidan de la caridad, y se olvidan de la esperanza y se olvidan de que nuestro mensaje es un mensaje exigente pero atractivo, es un mensaje de cruz pero de una cruz que conduce a la Vida a esa Vida Eterna en donde encontraremos en grado infinito la excelencia de todos los dones. Los Santos han sido personas alegres, han trasmitido la esperanza llenándola de vida y no: de crespones negros, ni de lutos  innecesarios, ni de caras largas, ni de miedos, ni de tristezas; ya sabemos que todo eso existe, pero los caminos de la perfección cristiana lo tenemos que presentar de una forma atractiva, y no podemos, repito      de nuevo, presentar a Jesucristo como un ser lejano que influye poco en nuestra vida, pero que nos pone unas normas; unas normas para que nosotros las cumplamos, mientras que Él se olvida de nosotros; Jesucristo no es eso, Él es: el Camino y la Verdad y la Vida; Él es la alegría, Él es la plenitud de la vida con todas sus grandezas y maravillas, Él es la dicha; junto al  no hay: desanimo, ni desaliento, ni tristeza, ni  apatía, hay plenitud de amor. El papa Francisco está empeñado en que demos a conocer el mensaje: siempre con una sonrisa en los labios, con ternura en nuestras acciones, delicadamente…; esto no quiere decir que presentemos un panorama adulterado, poco exigente, sino que lo presentemos con dulzura y apoyándonos en el amor, teniendo en cuenta que el amor ha de ser el móvil de todas nuestras acciones


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