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febrero 2014

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El «discreto» y valorado encanto de la nadería

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El arrobo por la superficialidad es seña de identidad de esta sociedad nuestra que dice, de boquilla, suspirar por cosas más elevadas, pero que vive muy pendiente y apegada a la superficie. Con mucha discreción, eso sí, no vaya a ser que se sepa, que otros sepan lo que pienso y siento, lo que yo soy. Que no se adapta en ciertos aspectos sensibles a lo que los cánones sociales dictan, y eso, claro, «no me lo puedo/podemos» permitir. Por «discreción».

Tan preocupados por defender (y adornar con arrogancia algunas veces) nuestro falso «ego» (la imagen social, aceptada por familia, sociedad y “el otro” en general) estamos que hemos dejado en el fondo de nuestro ser, sin alimento, a nuestro ego real, aquel que auténticamente somos. Nuestra discreta esencia que diríamos.

Es inútil, por tanto, engañarse, e inútil pretender aparentar lo que no somos. Porque además al final todo sale a la luz. Una Luz que, si es veraz, no culpa ni critica nunca, sino que sirve para transmutar lo falso, en auténtico.

El estudio psicológico de la personalidad apunta a que cada uno de nosotros vivimos preocupados, en exclusividad que diríamos, por nuestra propia imagen. Una imagen que, a menudo, si miramos con nuevos ojos, no es la auténtica, sino meramente superficial. Sirve solamente para «el escaparate».


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