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marzo 2013

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EL VATICANO, LOS ESTADOS Y LA CENSURA

Publicado por , Posteado enOpinión

Llevo un montón de días viendo abrir al «El Correo» (grupo Vocento) con la foto de Francisco I. Hoy, además de las fotos de su entronización, aparecen las de Rajoy y las fuerzas vivas del PP, así como la de otros mandatarios mundiales acompañándole en la ceremonia. A falta del rey, tocado como anda, al príncipe se le ve haciéndose cargo de la representación de la corona.
Cada vez recuerda más la situación de ciertos diarios a la que se vivía en el régimen anterior, donde se ocultaba información y evitaba todo lo que podía ser molesto al Régimen, así como se promocionaba lo que sí interesaba. Franco bajo palio y otras cuestiones.
El vaticano y su Iglesia «de los pobres» que pedía Francisco I el otro día desde el principio no esconde sus bazas: santificar la «la pobreza». Una pobreza que no es virtud como piensan algunos de sus incautos seguidores convenientemente acomodados, sino funcional, operativa que diríamos, pues nos hace a todos más vulnerables y fáciles de manejar por los hilos sagrados de los que la Iglesia se apropia: la compasión y la caridad. Sorprende el mensaje del papa llamando a los Estados a ayudar a los más débiles, cuando están ellos y su forma de proceder en el origen del mal y la dominación. Harán que lo oyen, pero seguirán en las suyas: servir al negocio de los poderosos y repartir las migajas luego entre los pobres. Esos a los que la facción dominante en la Iglesia pretende ayudar para relanzar su imagen pública. Una Iglesia dogmática que seguirá negando papel a la mujer en sus filas (salvo el de subordinadas) y desarrollando su actividad desde la más férrea jerarquía.
La responsabilidad de los periodistas (a los que creo muy hartos de la situación que vivimos), debiera llevarlos a ayudar a la gente a abrir los ojos, tomando definitivamente partido por los suyos, el pueblo llano. En vez de hacer el juego a estos señores, servir de voz a nuevas alternativas que nos puedan rescatar de sus garras implacables y la calamidad a la que conducen nuestro mundo
Debemos perder el miedo, o tenerlo más bien, como he oído decir a Teresa Forcades, a no actuar como la situación nos exige a todos.
No quisiera una sociedad adocenada como la previa, que decae sin remedio, pero tampoco una «pobre» y esclavizada cada día más en lo laboral, y servil de estos señores que la explotan con engaños y la están dejando cada día más vacía de sentido.
Entiendo que es hora de abrir el paso a iniciativas que nos lleven a hacernos menos dependientes, más libres de las fuerzas inconscientes y con capacidad de organizarnos de otra manera, desde la base.
Una sociedad orgánica, de todos colaborando y ayudándonos entre todos, y no la actual, mecánica y sin consciencia, de unos pocos llevando el control y manejándonos a su arbitrio. Con la aquiescencia periodística y la inestimable ayuda «divina».


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