Cartas al Director

Tu voz en la Red

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lunes

30

septiembre 2013

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Protesta

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Ayer me pasó algo. Se celebraba en el Palacio de Congresos de Salamanca la entrega de premios CECALE a los empresarios más destacados de Castilla y León. Presidían el acto el alcalde de Salamanca y el Presidente de la Junta de CyL, ambos del PP. Allá donde vayan, debería haber alguien que les dijese que no lo están haciendo bien, que estamos hartos. Y allí fuimos. Héctor y yo. Con un cartel hecho en el último momento. Llegamos a la puerta y nos pusimos donde había gente, sólo invitados. Llegaron las personalidades. Salieron del coche. Héctor levantó el cartel y gritó: Reforma laboral para la patronal. Varias veces. Con voz potente. Todos nos miraban. Unos con extrañeza, otros con lástima, otros con una especie de miedo. Se acercó una policía. Le preguntó a Héctor su nombre y le pidió el DNI. La gente entraba en el salón donde se celebrarían los premios, donde comerían a expensas del dinero que dicen que no hay para lo fundamental, y se beberían nuestro futuro. Y nosotros allí fuera, rodeados de policías, como si fuésemos unos delincuentes. Solos.

La mayoría silenciosa seguía con su vida cotidiana, unos rezando, otros dando gracias por las migajas, otros esperando a que todo pase, espectadores de su propia vida. La policía le preguntó a Héctor: ¿pero… por qué protestas? Héctor dijo: por todo… por unas condiciones laborales dignas, porque están destrozando la sanidad pública, por una educación de calidad para todos, porque mientras hablan de austeridad se les llenan los bolsillos con sobres, porque la política del recorte está demostrado que no funciona para levantar un país pero sí es la manera de perpetuar la riqueza y el poder de unos pocos. ¿Y te parece el lugar adecuado?- continuó ella. ¿Sino dónde?- pregunté yo, de verdad esperando una respuesta.

Me empecé a encontrar mal. Intentaba procesar demasiada información mal escondida, demasiados recuerdos, que salían a borbotones, como si aquella situación hubiese pulsado algún tipo de detonador. Mientras, oía a Héctor que les decía: ella tiene una carrera, un posgrado donde ganó el premio extraordinario, dos másteres, tres idiomas y no encuentra trabajo. Yo soy investigador postdoctoral y seguramente tengamos que volver a emigrar. Y yo pensaba en mis padres, que han trabajado toda la vida para darnos a sus cinco hijos la mejor educación, sin mirar cuánto, mirando sólo de todo lo que podían prescindir ellos mismos. Pensaba… en realidad no pensaba, sólo miraba… cómo pasaban delante de mí cientos de imágenes: gente que sobrevive o, en el mejor de los casos, vive, con la incertidumbre de qué pasará mañana mientras paga una situación económica que no ha creado, gente muy formada forzada a elegir entre sus seres queridos o ganarse la vida en otro país muy lejos de ellos, gente que ha visto cómo cuatro gerifaltes les han robado delante de sus narices todos los ahorros de una vida honrada y sencilla, gente con una enfermedad crónica que no puede pagarse el tratamiento, gente que pide una limosna en la calle que hasta ayer les parecía algo que nunca les pasaría, cada día más. Y vi a Merkel, a Rajoy, a Cospedal, a Rato… frotándose las manos, eludiendo su responsabilidad en el sufrimiento de toda esa gente, disfrazando su total falta de empatía con mentiras y sobre todo, inculcando miedo, abanderando una idea de justicia completamente contraria a la realidad: cada uno tiene lo que se merece. Porque ellos se merecen esos sueldos, esa vida. Los demás somos unos patanes, borregos que necesitamos de su clarividencia, de su guía. Y como no valemos nada, no contamos. No contamos más que en la medida en que pueden y deben desangrarnos.

Me giré y empecé a llorar, de frustración, de impotencia. ¿Por qué no había más gente protestando? ¿Por qué se premia a los responsables de esta situación y se castiga a los inocentes? ¿Por qué se recorta en el sistema sanitario y educativo público con el argumento de que no es sostenible y se favorece la gestión privada, acaso altruista? ¿Por qué el Rey, persona que no se ha ganado su posición, si tiene que operarse trae a un equipo de EE.UU y todo se soluciona en unas pocas horas y Héctor para una consulta con el oftalmólogo tiene que esperar año y medio? ¿Por qué se reducen al límite de lo humano las condiciones laborales con la tesis de que no se puede hacer otra cosa cuando lo que quieren decir es que no se puede hacer otra cosa para poder mantener y aumentar la diferencia de clases? ¿Por qué no existe una ley de transparencia real donde se publique, por ejemplo, quién se queda el dinero para que en España cueste tres veces más un kilómetro de autovía que en Alemania? ¿Por qué no cotizan en España las grandes fortunas, impuestos superiores a todo el gasto recortado y se ahoga a los que tienen menos? ¿Por qué tiene que venir una jueza Argentina a hacer justicia y se persigue a quien lo intenta aquí? ¿Por qué se indulta a torturadores y kamikazes y ayer vi una petición de Change.org para que simplemente permitan volver de una vez a España a una mujer que viéndose desahuciada, aceptó un encargo puntual de contrabando de drogas, ya ha cumplido seis años en una prisión de Bolivia y está enferma terminal de cáncer? ¿Por qué permitimos todo esto?

¿Por qué lloras?- me preguntó un policía…

Hay un dibujo de un pez negro grande que se come a cientos pequeños. Debajo, los pequeños se unen formando un pez más grande todavía y se comen al negro. Es la única manera. Sólo si todos los pequeños nos juntamos. Es posible. Lo ha sido otras veces. Esta metáfora ha estado siempre detrás de los grandes cambios impulsados por la sociedad, no lo dudes. Pero si no luchamos por nuestros derechos, por lo que es simplemente justo, entonces sí tendremos lo que nos merecemos y les estaremos permitiendo que se rían de nosotros, que nos consideren nada, porque nada seremos. Nada. Nadie. Sin opinión propia no somos nadie. Autómatas descerebrados a su servicio, sin dignidad.

Busqué arrepentimiento y vergüenza por mis lágrimas. No los encontré. Ayer me pasó algo.



jueves

8

noviembre 2012

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Al salir del supermercado

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Hoy, al salir del supermercado, una señora que parecía que esperaba a alguien, con un abrigo gris de buen corte, se giró y se dirigió a mí. En un primer momento pensé que me pediría la hora o algo así de banal entre dos personas de “clase media”. Pero pronto vi sus ojos, su mirada que reflejaba una profunda vergüenza, y un dolor insoportable. Me dijo: por favor, ¿puedes comprarme algo de comida? Me quedé sin palabras y ella pensando que debía darme algún tipo de explicación, me contó rápidamente que su marido estaba enfermo y no podía pagar el tratamiento y que su hijo no tenía trabajo. Le pregunté qué necesitaba porque en el fondo, me seguía pareciendo que hablaba con alguien que se había olvidado de comprar el azafrán. Sus palabras, casi susurradas para que no se le escapase entre ellas la poca dignidad que creía que le quedaba, me devolvieron a la realidad. Leche, pan, lo que usted pueda- me dijo. El alma a los pies. Cuando salí y le di la bolsa, se empañaron sus ojos, y los míos. Ni siquiera pude decirle ánimo. Nudo en la garganta. Algo se ha roto. Malditos bancos, malditos políticos, maldito neoliberalismo, darwinismo social.

Volví para casa con el corazón acelerado. Quería llorar, no, gritar. Podía haber sido mi madre, o la tuya. Pero nunca será la madre de Rajoy o la de cualquiera de su calaña, no, porque es más, todo lo que defienden y a los que defienden se enriquecen precisamente robando a estas personas, robándonos. Nos roban nuestro dinero con la corrupción, no pagando impuestos, teniendo sus bienes en paraísos fiscales, rescatando bancos, subiendo el I.V.A, haciéndonos pagar no una ni dos sino hasta tres veces por un medicamento. Nos roban la dignidad al destruir empleo, al hacernos pagar por una deuda que no es nuestra, sino de ellos. Nos roban la esperanza. Y, a muchos, les empezarán a robar la vida.  Ojalá exista ese dios que la mayoría de ellos usan como abanderado de la falta de libertades, porque les juzgará a todos. Mientras, la justicia en la tierra sólo existirá si unimos nuestras voces y decimos basta.

Había oído el caso de ese hombre en Grecia que se suicidó en una plaza pública para que todos supiesen que, después de trabajar toda la vida, se negaba a buscar comida en la basura, quise pensar que era una excepción. Había oído que si la situación no acababa de explotar en España era por la fuerte cohesión familiar que tenemos, aunque para eso quedaba poco, y quise pensar que esa situación realmente no llegaría.

Pero ha llegado. Hoy, al salir del supermercado, una señora que parecía que esperaba a alguien, con un abrigo gris de buen corte, vago recuerdo de lo que fue hasta no hace mucho su vida, me pidió que le comprase comida, “leche, pan, lo que pudiese”, con vergüenza, casi susurrando para que no se le escapase el hilo de dignidad que creía que le quedaba. Si no es a ti, le pasará a un vecino, a un amigo, a un familiar. Pero ha llegado ese momento. Hoy lo he visto. ¿A qué estamos esperando?