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marzo 2014

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¿Vale la pena confesarse aun hoy?

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images (8)El sacerdote Pedro Trevijano Etcheverria, cuando comenta que casi todos los días se sienta un rato a confesar, dice: “hay gente que llega a preguntarme si eso todavía se estila, y muchos se asombran”

En la  JMJ de Brasil el Papa Francisco  referente a este sacramento dijo: <<Pon a Cristo: Él te acoge en el sacramento del Perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No tengas miedo de pedirle perdón, porque Él, en su inmenso amor, nunca se cansa de perdonarnos>>.

La Iglesia siempre ha insistido en la sacramentalidad del perdón de los pecados y por lo tanto su realización a través del sacramento, pero aunque es una certeza reafirmada desde siempre, se ha  proclamado -con mayor énfasis y con particular vigor- tanto por el Concilio de Trento como por el Concilio Vaticano II:  «Y como dato esencial de fe sobre el valor y la finalidad de la Penitencia se debe reafirmar que Nuestro Salvador Jesucristo instituyó en su Iglesia el Sacramento de la Penitencia, para que los fieles caídos en pecado después del Bautismo recibieran la gracia y se reconciliaran con Dios» (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, Reconciliatio et Paenitentia).

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La limosna es necesaria para vivir el espíritu de la Cuaresma

No se puede entender este despego y desinterés actual hacia el sacramento de la penitencia; cuando en él, es precisamente en el que Dios se acerca  al ser humano con mayor misericordia y con mayor cariño. Dios se acerca a nosotros y nos abraza y nos colma de besos y nos llena de la sobreabundancia de todos sus bienes e infunde la paz a nuestras almas.

La predicación de Jesucristo insiste siempre en la misma realidad, en la realidad de la conversión. Conversión, conversión, conversión…. Pero para el pecador que se arrepiente: “la voluntad divina de perdón no tiene límites” (Lc 15). Dios como nos dice en el evangelio nos perdona siempre: “setenta veces siete”.

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En Cuaresma intensifica tu oración

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San Josemaría amaba la Confesión y la vivía asiduamente

El camino a seguir: <<Conversión, penitencia, petición de perdón, propósitos, arrepentimiento, encuentro con el amor, sobreabundancia de la gracia, felicidad, paz y amor; amor que todo lo colma y que todo lo llena>>. Son los parámetros de la vida divina, parámetros que maneja con sabiduría un Dios cercano y entusiasta. Dios se entusiasma con el hombre y le otorga su propia realeza, Él entrega gran parte de su realeza y por ello nos manda a la tierra a su hijo Jesucristo.

Y Jesús viene sobrado de amor y sin ningún bien terreno, viene dispuesto a amar; quiere amar hasta el extremo; y se entrega día a día, y desde el momento mismo del nacimiento, y vive con austeridad plena y absoluta; y se le ve muy a gusto: al lado del necesitado y al lado del pecador y al lado del pobre y al lado del que le busca. Y Jesús se acerca más y más; y los hombres no lo entienden, y le envidian por su bondad y quieren aniquilarlo porque no entienden su mensaje.

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El ya próximo beato Alvaro del Portillo fue un «entusiasta» de la Confesión, pues asi lo aprendió de San Josemaría.

Él trae un mensaje de amor, y por el contrario se lleva el tratamiento de embaucador y de traidor, y lo llevan a la cruz y después de mil atrocidades muere. Y muere por ti y por mi; y, como regalo: nos deja los sacramentos, nos deja los medios para alcanzar la plena felicidad, y los hombres seguimos sin entender, y nos alejamos de Él, y nos reímos de sus cosas, y profanamos sus templos, y adulteramos su doctrina; y también hoy le llamamos impostor y nos alejamos: de su vida y de su mensaje; un mensaje con el que podemos conseguir el tesoro de la verdadera felicidad.

Pero, nosotros, somos necios y no queremos ese tesoro, queremos seguir viviendo la vulgaridad de la vida: pegados a nuestros caprichos, alejados del amor, alejados de los demás, alejado de la dignidad del ser humano; y muy pegados por el contrario: a la avaricia, a la soberbia, a la lujuria, a la incredulidad, al desinterés por la verdad y por la vida.

Y este muy bien puede ser el trabajo de esta cuaresma: rectificar, dejar las vivencias mundanas y acogernos a la sabrosa palabra de Nuestro Señor, dejar las alcantarillas y las cloacas y los vicios terrenales y seguir de cerca, como el Papa Francisco, las pisadas del Maestro.

 

 



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