Esta carta está escrita con el alma; con mi alma y con el alma de muchos granadinos, andaluces y españoles que viven apasionadamente y con mucho amor estas celebraciones que culminarán con la Semana Santa.

Si grande es la belleza monumental, artística y paisajística de Granada, grandes también son sus cofradías, grandes en cuanto al sabor añejo de algo que sabe vestir con mucho encanto su peculiar solera. El olor y la viveza misma de sus actos cofrades nos remontan a una antigüedad cuajada de tesoros. La tradición vivida apasionadamente como aquí en Granada se vive nos aísla de lo transitorio y nos envuelve en la eterna realidad de un Jesucristo que lleno de amor acaba muriendo por todos.

Y adentrándonos en la realidad es apasionante ver la belleza de nuestra Madre: Aurora o Estrella bajar por el Albaicín, ¡esto! ¡esto si es un don! un don para privilegiados. La vista queda pérdida ante la imponente realidad; ¡es una Madre! una Madre que con amor y tras su Hijo recorre nuestras empinadas calzadas Albaicíneras; la belleza del paisaje nos cautiva, una y otra vez, todo nos sorprende.

Y ahora quisiera describir algunos recuerdos vivos de esta cuaresma 2014:

Y de entre ellos destaco vivamente el haber podido participar en el acto penitencial y cofradíero en el que se coloca la cruz del Cristo de la Expiración en su trono, este acto se realiza en su Iglesia de los Escolapios, con la sola luz de cirios encendidos y con la lectura acompasada y reflexiva del sermón de las Siete Palabras, esto fue una maravilla que cala y cala llegando siempre al alma.

También destacó el haber participado con entusiasmo en los cultos de la Hermandad del Rescate en la bella Iglesia de la Magdalena, allí descubrimos la intensidad del dolor en la cara de Cristo, ese Cristo que por la fuerza de su amor rescata al hombre del pecado, del dolor y de la muerte. También pude asistir con el corazón encogido al Quinario del Cristo de San Agustín en la calle San Antón, en el convento de las Madres Clarisas y comprobar la belleza de unas imágenes espectacularmente emotivas, allí junto a la belleza hubo oración; belleza y oración en una sintonía esplendida de amor.

También es apasionante el descubrir las maravillas del Señor del Silencio en la Iglesia de San José en pleno corazón del Albaicín. Ese Cristo que impacta y enamorada, allí en ese enclave: todo parece distinto; su amor, el del Silencio, se desborda en todos y cada uno de los que atónitos y en silencio, mucho silencio contemplábamos su gran belleza.

Y qué decir del Cristo de los Gitanos, de ese sagrado Cristo del Sacromonte, ese Cristo de talla sencilla que aviva las emociones de tantos como le aman, su llegada a la Iglesia de los Jesuitas en la Gran Vía nos hizo ver de nuevo como Jesús una y otra vez pasa a nuestro lado y nos invita a seguirle. Su vuelta al Sacromonte será de nuevo un motivo de penitencia festiva, de fuego en el alma, de dolor y de alegría; porque el amor hace que el dolor nos lleve a la alegría, porque al sufrir por amor la pena se difumina y el corazón de agranda. Cristo de los gitanos desde el sagrado recinto del Sacromonte Eterno ruega por nosotros

Y qué decir al ver al Cristo del Viacrucis en su Iglesia de San Juan de los Reyes, ese Iglesia que es un recuerdo vivo de una antigüedad añeja pero que evidencia a la vez: cercanía y lejanía, tiempo y eternidad, infinitud y pequeñez. Allí, en San Juan de los Reyes, Cristo coge la cruz y la lleva y la abraza y la besa, y todo por amor, por amor a ti y por amor a mí, por  amor a Granada y por amor al mundo, por amor a: niños, jóvenes y ancianos, por amor a moros y cristianos, a crédulos e incrédulos.

Y ya no podemos seguir el tiempo apremia y la vivencia es profunda, pero para terminar quisiera coger tu cruz, ¡sí la tuya! Esa cruz que llevas tú que ahora esto lees; quiero coger tu cruz y ayudarte a llevarla. Quisiera ser siempre, y más ahora, tu cirineo y también el cirineo de Cristo, de ese Cristo que: ha vivido, vive y vivirá siempre: por y para Granada por y para todo el mundo.