Trabaja, pero por amor y con amor.
Publicado por rafagutierrez, Posteado enOpinión
San Josemaría, un Santo del siglo pasado y canonizado en este siglo, es quizás la persona que más ha hablado y escrito del trabajo y de los deberes familiares y sociales en la vida ordinaria, y habló de él con frecuencia porque tuve la suerte de conocerlo en Jerez de la frontera en noviembre de 1972 y quede sobrecogido por la profundidad de su mensaje y por la sencillez y amabilidad de sus palabras, y continuando, él nos dice: “Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: en muchas ocasiones es preciso que el sacrificio sea holocausto”. No se trata de prescindir de ideales y proyectos nobles, sino de ordenarlos siempre al cumplimiento de la Voluntad de Dios.
Y también nos dice: << ¿Y cómo quiere Dios que usemos los talentos? “¿Quieres de verdad ser santo? Cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”>>. Y para ello debemos no tomar como norma suprema de conducta el propio gusto, o las inclinaciones, o lo que apetece, sino lo que Dios quiere: que cumplamos esos deberes nuestros. Y un medio importante en esa batalla es empezar luchando contra la pereza.
En ocasiones Dios puede pedirnos heroísmo. Pero es un heroísmo que Dios sella con la paz y la alegría del corazón: “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad” “los mandamientos del Señor alegran el corazón”.
El ideal cristiano de cumplimiento del deber no es el de la persona cumplidora que desempeña estrictamente sus obligaciones de justicia. Como hijos de Dios tenemos un concepto mucho más amplio y profundo del deber. Consideramos: “que el mismo amor es el primer deber”, el primer mandamiento de la Voluntad divina: ”Por eso tratamos de cumplir por amor y con amor los deberes profesionales de justicia” más aún, nos excedemos en esos deberes, sin considerar, no obstante, que estamos exagerando en el deber, sino que lo hacemos porque Jesucristo ha entregado su vida por nosotros.
Por ser este amor la esencia de la santidad, se comprende que San Josemaría enseñe que ser santos se resume en: “cumplir el deber de cada momento”.
“Al ofrecer a Dios: el trabajo, el descanso, la alegría, las contrariedades de la jornada y el holocausto de nuestros cuerpos rendidos por el esfuerzo del servicio constante. Hacemos que todo eso sea hostia viva, santa, grata a Dios” (Rm 12, 1)
Un cristiano no rehúye el sacrificio en el trabajo, no se irrita ante el esfuerzo, no deja de cumplir su deber por desgana o para no cansarse. En las dificultades ve la Cruz de Cristo que da sentido redentor a su tarea. La Cruz que está pidiendo unas espaldas que carguen con ella.
Por eso el Fundador del Opus Dei da un consejo de comprobada eficacia: “Pon junto a los útiles de tu labor, un crucifijo y de cuando en cuando, échale una mirada… Cuando llegue la fatiga, los ojos se te irán hacia Jesús, y hallarás nueva fuerza para proseguir en tu empeño”. Tampoco se abate un hijo de Dios por los fracasos, ni deposita toda su esperanza y complacencia en los éxitos humanos. El valor redentor de su trabajo no depende de las victorias terrenas sino del cumplimiento amoroso de la Voluntad de Dios.
Y ahondando en esta realidad reiteró el apelativo amoroso que acompaña la frase anterior, no se trata de cumplir, sólo cumplir, sino de cumplir amorosamente: poniendo cariño, poniendo ilusión, poniendo, si cabe aún más, ternura y delicadeza, y de esta manera haremos de nuestro trabajo y de nuestra labor cotidiana un bello tapiz, un tapiz espléndido con el que conseguiremos ser útiles a los demás y cumplir con maestría el divino mandamiento del amor.