En “el barro”” nos movemos, desde “el barro” observamos la realidad, apegados a las cosas, temiendo perder lo material, lo que no puede ser transportado luego de morir; lo que nos condena a seguir viviendo sin sentido, vacíos.
En la naturaleza observamos distintos ejemplos de transformación, como la oruga que se transforma en mariposa o el águila que, llegado cierto momento de su vida, tiene que desprenderse dolorosamente de su pico para seguir viviendo, lo cual me sugiere dos reflexiones, que considero importantes en estos momentos que estamos:
1.- Que debemos pujar y tener fe, confiar nuestra mejor visión y, aunque nos resulte costoso y no veamos el final del túnel, saber que ahí está, para liberarnos de nuestra vieja condición, que en este momento nos está haciendo sufrir, sí, pero que a través de ella se nos conduce a poder volar, a imaginar otros mundos que no conocíamos desde nuestro apego al suelo.
2.-Que nuestra pequeña mente del momento no es suficiente para nuestro discurrir, y que debemos confiar en el “corazón”, en sus ansias de trasformación, que residen dentro.
Como en la época de Jesús de Nazaret, vivimos en un mundo duro, rígido, llenos de prejuicios y mentiras instaladas convenientemente en la sociedad para controlarnos por aquellos que nos dirigen, desde su inconsciencia. A pesar de que nos lo vendan con el falso envoltorio de libertad, la realidad que palpamos está basada en el miedo y la competición, la dureza e imposición, la falta de equilibrio y de justicia distributiva, la confiada exclusiva en el control externo, desconfiando, aún, en la mejor versión y la bondad del ser humano, esa que podemos observar en el niño que crece libre, sin condicionar, por entornos que anulan todo su potencial, que lo asfixian.
De todas formas, con el tiempo y la experiencia de las cosas, nos damos cuenta de que todo tiene un sentido en nuestras vidas, que los obstáculos que encontramos sirven, no para entorpecer nuestro camino, sino para ayudarnos a crecer, a ser más fuertes.
Y a pesar de las dificultades que observamos, que nos desalientan a menudo, existe un plan que aprendemos a desentrañar tras cada paso, un final feliz que, como en los casos del gusano y el águila, requieren de nuestra fe y nuestro empuje. Un plan que viene de la Luz, que nos lleva, tras cada paso, a poder comprender e integrar la lección, a saber que debemos desterrar el caparazón de lo viejo, superar nuestros miedos a lo largo del proceso, a dejar de arrastrarnos y confiar en el amor que nos eleva a todos, sin distinción, que nos hace volar y elevarnos por encima de los viejos condicionamientos y su intento de Control.